El elefante del circo estaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo, enterrada solo unos centímetros en la tierra.
Aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía que ese animal, capaz de arrancar un árbol con su propia fuerza, podría con facilidad arrancar la estaca y huir. ¿Que lo mantiene? ¿Por qué no huye? Era mi pregunta. Pregunté a las personas mayores y algunos me dijeron que el elefante no escapaba porque estaba amaestrado.
La pregunta entonces fue: – Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo hubo alguien que me dio la respuesta: El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño. En aquel momento, el elefante empujó y tiró tratando de soltarse. A pesar de todo su esfuerzo, no pudo.
La estaca, era ciertamente, muy fuerte para él. Al día siguiente volvió a intentar, y también el otro, y el siguiente… Hasta que un día, el animal aceptó su impotencia y se resigno a su destino. Este elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque…. CREE, que no puede. ¿Quién detiene su iniciativa? Él mismo.
Él tiene registrado en su recuerdo que no puede. Ello viene de su infancia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor, es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente si podía….
Jamás…. jamás intentó poner a prueba su fuerza otra vez.
Muchas personas son un poco como ese elefante.
Vi esta fábula en el blog de Daniel Gimenez y me encantó. Es una lástima que la gran mayoría de las veces dejemos de hacer cosas que realmente queremos porque creemos que no vamos a ser posibles… nada mas lejos de la realidad.